Los productos Apple se basan en dos pilares fundamentales: el cuidado por la estética de sus productos y la ventaja que supone la integración del hardware y el software producidos por la misma compañía. Esto es así desde que pusieron a la venta el Apple II, en 1977, hasta nuestros tiempos. El creador de la idea de estas bases sobre las que se apoya la empresa de Cupertino ha sido, cuándo no, Steve Jobs, su visión de dispositivos útiles y bellos al mismo tiempo es indiscutiblemente acertada y es lo que ha forjado la imagen y el éxito de Apple. De hecho es el latiguillo, leitmotiv, frase distintiva o como queramos llamarlo de los usuarios de la compañía de la manzana mordida, desde el que usa un Macintosh al que hace lo propio con un iPhone, iPad o iPod.
Y estas dos cosas a lo largo de muchos años han sido absolutamente ciertas e incontrastables. El discurso en lo que se refiere a la parte estética de los distintos dispositivos no ha cambiado en el tiempo: los productos Apple siguen teniendo un diseño exquisito y, sin duda alguna, marcan tendencia. Todos sus dispositivos están cuidados estéticamente hasta en el más mínimo detalle, y esto es algo que los usuarios agradecemos.
Los problemas que están apareciendo en los últimos años son los referidos a los sistemas operativos, tanto de Mac como de dispositivos iOS; y no son casuales ni obedecen a un descuido por parte de la empresa. Apple se manejó durante la mayor parte de su historia con un público reducido, un nicho de mercado con una cantidad contenida de usuarios. La llegada, primero, del iPod y luego, del iPhone cambiaron radicalmente la compañía, que en cuestión de poco más de una década (partiendo del retorno de Jobs en 1996) pasó de estar al borde de la quiebra a ser una de las empresas de mayor valor en el mundo. El éxito de estos productos provocó que una importante cantidad de personas se acercara a otros producidos por la compañía y hoy no es difícil imaginar a alguien que posea un iPhone, un iPad y un Macintosh.
Hay una avalancha de usuarios que no consumen, necesariamente, el último dispositivo fabricado, no por nada el mercado del usado Apple es uno de los más florecientes y, efectivamente, los productos “Diseñados en California” conservan extraordinariamente su valor en el tiempo. Todo esto hace que haya un enorme y heterogéneo número de aparatos en circulación a lo que se suma una política de Apple, en lo que respecta a los ordenadores, poco homogénea; de hecho conviven entre los dispositivos en producción muchos tipos de procesadores de distintas generaciones, memorias, placas de vídeo, etc., que hacen que sea poco factible la tan valorada sinergia entre el hardware y el software, por el simple hecho de que el software sigue siendo uno pero hardware hay de muchos tipos. Entonces encontramos para OS X un cúmulo de problemas generados por esta política, como decíamos, poco homogénea por parte de la compañía.
Estabilidad en iOS y OS X, se está perdiendo uno de los pilares que hicieron grande a Apple: la maravillosa integración de hardware y software
A esto debemos sumarle esta idea de hacer retrocompatible el soft con el hardware ya superado; esto, sin lugar a dudas, va en detrimento de la estabilidad del sistema. Entiendo que es un movimiento loable, aunque con una pizca de marketing (apartando a Apple de la tan temida obsolescencia programada), pero hay una cosa que me queda clara: un Macintosh de 2008/2009 va a funcionar mejor con un OS X 10.6.8 Snow Leopard que con El Capitan, y es que el soft pensado para esos Macs era justamente el Snow Leopard. Con este empecinamiento en hacer compatible los últimos sistemas operativos con dispositivos con muchos años a cuestas han conseguido sólo dos cosas: primero, que los ordenadores en cuestión corran un sistema operativo capado, que vuelve más lento el sistema y segundo, no enfocarse sólo en ordenadores de última generación para desarrollar los nuevos OS X. Como resultado, los sistemas empiezan a hacer “agua” prácticamente desde el primer minuto hasta que sale la última versión corregida un año después. Han intentado abarcar demasiado.
Una cosa análoga ocurre con los dispositivos móviles, se intenta seguir metiendo en la ecuación iOS-terminal a aquellos que ya no están a la altura. ¿Cómo? Igual que con los ordenadores, se le cercenan funciones y dejan el teléfono que da pena. ¿O alguien duda que el iPhone 4s funciona mejor con iOS 6 o, al máximo 7, que con iOS 9? El intentar ampliar la base (que ya es de muchos millones) perjudica un desarrollo limpio para terminales de última generación. Sé que es un discurso antipático pero seguir actualizando el sistema operativo de los iPhones de hace varios años no tiene ningún sentido práctico y en definitiva va en detrimento del usuario, que se encuentra con un dispositivo que ante cada actualización va más lento.
Por otra parte, el desarrollo de un sistema operativo exclusivo para los iPads viene pidiendo ser tenido en consideración desde hace tiempo. Recién con iOS 9, Apple comenzó a diferenciar la versión para el iPad de aquella para iPhone; por ende, también quisieron abarcar más de lo que se podía en lugar de pensar soluciones que ahora implementan por necesidades relacionadas con la “crisis” de las tabletas.
En conclusión, se está perdiendo aquello con lo que quienes usamos dispositivos Apple nos llenamos la boca: la perfecta integración software-hardware. Una unión que genere estabilidad en el sistema operativo. Esperemos que se retorne a la senda que tantas satisfacciones nos dio, porque nadie quiere que iOS y OS X se vuelvan como los viejos Windows.